LECCIÓN 196
Es únicamente
a mí mismo a quien crucifico.
1. Cuando realmente hayas
entendido esto, y lo mantengas firmemente en tu conciencia, ya no intentarás
hacerte daño ni hacer de tu cuerpo un
esclavo de la venganza. 2No te atacarás a ti mismo, y te darás
cuenta de que atacar a otro es atacarte a ti mismo. 3Te liberarás de
la demente creencia de que atacando a tu hermano te salvas tú. 4Y comprenderás
que su seguridad es la tuya, y que al sanar él, tú quedas sanado.
2. Tal vez no entiendas en
un principio cómo es posible que la misericordia, que es ilimitada y envuelve
todas las cosas en su segura protección, pueda hallarse en la idea que hoy
practicamos. 2De hecho, esta idea puede parecerte como una señal de
que es imposible eludir el castigo, ya que el ego, ante lo que considera una
amenaza, no vacila en citar la verdad para salvaguardar sus mentiras. 3Es
incapaz, no obstante, de entender la verdad que usa de tal manera. 4Mas
tú puedes aprender a detectar estas necias maniobras y negar el significado que
parecen tener.
3. De esta manera le
enseñas también a tu mente que no eres un ego. 2Pues las formas con
las que el ego procura distorsionar la verdad ya no te seguirán engañando. 3No
creerás que eres un cuerpo que tiene que ser crucificado. 4Y verás
en la idea de hoy la luz de la resurrección, refulgiendo más allá de todos los
pensamientos de crucifixión y muerte hasta los de liberación y vida.
4. La idea de hoy es un
paso que nos conduce desde el cautiverio al estado de perfecta libertad. 2Demos
este paso hoy, para poder recorrer rápidamente el camino que nos muestra la
salvación, dando cada paso en la secuencia señalada, a medida que la mente se
va desprendiendo de sus lastres uno por uno. 3No necesitamos tiempo
para esto, 4sino únicamente estar dispuestos. 5Pues lo
que parece requerir cientos de años puede lograrse fácilmente -por la gracia de
Dios- en un solo instante.
5. El pensamiento desesperante
y deprimente de que puedes atacar a otros sin que ello te afecte te ha clavado
a la cruz. 2Tal vez pensaste que era tu salvación. 3Mas
sólo representaba la creencia de que el temor a Dios era real. 4¿Y
qué es esto sino el infierno? 5¿Quién que en su corazón no tuviese
miedo del infierno podría creer que su Padre es su enemigo mortal, que se
encuentra separado de él y a la espera de destruir su vida y obliterarlo del
universo?
6. Tal es la forma de
locura en la que crees, si aceptas el temible pensamiento de que puedes atacar
a otro y quedar tú libre. 2Hasta que esta forma de locura no cambie,
no habrá esperanzas. 3Hasta que no te des cuenta de que, al menos
esto, tiene que ser completamente imposible, ¿cómo podría haber escapatoria? 4El
temor a Dios es real para todo aquel que piensa que ese pensamiento es verdad. 5Y
no percibirá su insensatez, y ni siquiera se dará cuenta de que lo abriga, lo
cual le permitiría cuestionarlo.
7. Pero incluso para
cuestionarlo, su forma tiene primero que cambiar lo suficiente como para que el
miedo a las represalias disminuya y la responsabilidad vuelva en cierta medida
a recaer sobre ti. 2Desde ahí podrás cuando menos considerar si
quieres o no seguir adelante por ese doloroso sendero, mientras este cambio no
tenga lugar, no podrás percibir que son únicamente tus pensamientos los que te
hacen caer, presa del miedo, y que tu liberación depende de ti.
8. Si das este paso hoy,
los que siguen te resultarán más fáciles. 2A partir de aquí
avanzaremos rápidamente, 3pues una vez que entiendas que nada, salvo
tus propios pensamientos, te puede hacer daño, el temor a Dios no podrá sino
desaparecer. 4No podrás seguir creyendo entonces que la causa del
miedo se encuentra fuera de ti. 5Y a Dios, a Quien habías pensado
desterrar, se le podrá acoger de nuevo en la santa mente que Él nunca
abandonó.
9. El himno de la salvación
puede ciertamente oírse en la idea que hoy practicamos. 2Si es
únicamente a ti mismo a quien crucificas, no le has hecho nada al mundo y no
tienes que temer su venganza ni su persecución. 3Tampoco es
necesario que te escondas lleno de terror del miedo mortal a Dios que la
proyección oculta tras de sí. 4Lo que más pavor te da es la
salvación. 5Eres fuerte, y es fortaleza lo que deseas. 6Eres
libre, y te regocijas de ello. 7Has procurado ser débil y estar
cautivo porque tenías miedo de tu fortaleza y de tu libertad. 8Sin
embargo, tu salvación radica en ellas.
10. Hay un instante en que
el terror parece apoderarse de tu mente de tal manera que no parece haber la
más mínima esperanza de escape. 2Cuando te das cuenta, de una vez
por todas, de que es a ti mismo a quien temes, la mente se percibe a sí misma
dividida. 3Esto se había mantenido oculto mientras creías que el
ataque podía lanzarse fuera de ti y que éste podía devolvérsete desde afuera. 4Parecía ser un enemigo
externo al que tenías que temer. 5Y de esta
manera, un dios externo a ti se convirtió en tu enemigo mortal y en la fuente
del miedo.
11. Y ahora, por un instante, percibes dentro de ti a un asesino que ansía
tu muerte y que está comprometido a maquinar castigos contra ti hasta el
momento en que por fin pueda acabar contigo. 2No obstante, en ese
mismo instante es el momento en que llega la salvación. 3Pues el
temor a Dios ha desaparecido. 4Y puedes apelar a Él para que te salve de las
ilusiones por medio de Su Amor, llamándolo Padre y, a ti mismo, Su Hijo. 5Reza
para que este instante llegue pronto, hoy mismo. 6Aléjate del miedo
y dirígete al amor.
12. No hay un solo Pensamiento de Dios que no
vaya contigo para ayudarte a alcanzar ese instante e ir más allá de él
prontamente, con certeza y para siempre. 2Cuando el temor a Dios
desaparece, no queda obstáculo alguno entre la santa paz de Dios y tú. 3¡Cuán
benévola y misericordiosa es la idea que hoy practicamos! 4Acógela
gustosamente, como debieras, pues es tu liberación. 5Es a ti a quien
tu mente trata de crucificar. 6Mas tu redención también procederá
de ti.
Ayuda para las lecciones:
de Robert Perry y Allen Watson
LECCIÓN 196
“Es únicamente a mí mismo a quien crucifico”
Resumen de la práctica
Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora, Respuesta a la tentación. Ver la Lección
153.
Propósito: Dar
este paso en el camino de la salvación, para que de aquí en adelante puedas
avanzar rápidamente y con facilidad. Abandonar la creencia de que hay un
enemigo afuera al que temer. Esto te liberará de tu miedo a Dios y podrás darle
la bienvenida en tu mente.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no
lo permiten).
Utiliza
la lección: “Es únicamente a mí mismo a
quien crucifico”, para
perdonar todos los acontecimientos de la hora anterior. No dejes que nada
arroje su sombra sobre la hora que empieza. De este modo sueltas las cadenas
del tiempo y permaneces libre mientras continúas en el tiempo.
Respuesta a la tentación: Repite la idea siempre que te sientas tentado a creer que puedes
atacar a otro y así escaparte tú del ataque.
Comentario
Ésta es
una reafirmación de una de las lecciones fundamentales del Curso, el primer
paso del perdón en otra forma: tomar el problema de fuera de nosotros, retirar
la proyección, y ver que “soy yo quien me estoy haciendo esto a mí mismo”.
Al ego
le gusta utilizar mal esta idea para castigarnos. El ego nos hace creer que por
naturaleza somos auto-destructivos (que nos atacamos a nosotros mismos). La
verdad es que, hacemos cosas que nos perjudican pero tenemos elección en ello.
No tenemos que hacerlas, y en verdad no es nuestra voluntad hacerlas. No somos
demonios, somos el santo Hijo de Dios.
El
obstáculo a la consciencia de nuestro Ser al que esta lección va dirigido es
nuestra creencia de que hemos dañado o “crucificado” al mundo. Es la creencia
de que nos hemos convertido a nosotros mismos en monstruos que no merecen
confianza, listos para atacar sin provocación, para herir y matar.
El
Curso llama a la aceptación de la idea de hoy (que sea cual sea la forma en que
crucificamos a otro, es a nosotros mismos a quien crucificamos) “un paso que
nos conduce desde el cautiverio al estado de perfecta libertad” (4:1). Nos
ruega que demos “cada paso en la secuencia señalada” (4:2), es decir, que no
nos saltemos ningún paso. La idea de hoy es un paso que consiste en diferenciar
el Ser del cuerpo y del ego:
De esta manera le enseñas también a tu mente que no eres un ego… No
creerás que eres un cuerpo que tiene que ser crucificado. (3:1-3)
Debido
a que creemos que nos convertimos a nosotros en un ego, creemos que somos
culpables. Puesto que creemos en la culpa, hicimos al cuerpo para que sufra el
castigo. Reconocer que somos los que nos estamos imponiendo el castigo a
nosotros mismos, es el primer paso para liberarnos de todo el lío. Para
reconocer que somos los que nos estamos imponiendo el castigo, tenemos que
dejar a un lado el cuerpo y el ego, y hacernos conscientes de una parte mucho
mayor de nosotros mismos. De este modo nos damos cuenta de que el Ser es algo
distinto del cuerpo o del ego, algo mucho más grande que ellos. Este algo más
grande incluye también a mis hermanos. Todos somos parte de ese Ser. Los
“otros” a los que creía herir son realmente parte de mi Ser.
La
lección dice que si creo que puedo “atacar a otro y quedar tú libre” (6:1),
estoy actuando desde un miedo escondido a Dios, desde la creencia de que Dios
es otra cosa, un enemigo que espera para destruirme. Mi relación con los que me
rodean siempre refleja la creencia inconsciente que yo tengo acerca de mi
relación con Dios, la relación final de la Unidad y la Plenitud. “El temor a
Dios es real para todo aquel que piensa que ese pensamiento (que yo puedo
atacar a otro y quedar libre) es verdad” (6:4). Si yo puedo atacar a otro y
quedar libre, también lo puede hacer Dios. Por lo tanto, hay que temer a Dios.
El
párrafo 7 es muy importante para mí. Dice que el pensamiento de que yo puedo
atacar a otro y quedar libre tiene que cambiar
de forma, antes de que yo pueda poner en duda esa idea, al menos hasta el
punto en el que yo pueda dejar de tener miedo de la venganza y empezar a
hacerme responsable, empezar a darme cuenta de que “son únicamente tus
pensamientos los que te hacen caer, presa del miedo, y que tu liberación depende
de ti” (7:3). Si empiezo a darme cuenta de que no estoy atacando a otros sino
atacándome a mí mismo, puedo dejar de temer la venganza de esos “otros” a los
que pensaba que estaba atacando. Antes de que este pensamiento cambie, tengo
miedo de los otros; después de que cambia, me doy cuenta de que mi miedo
procede de mis propios pensamientos. Si esto es verdad, tengo el poder de
cambiar esos pensamientos.
Según
la lección, me parece que el punto decisivo, el punto en el que el miedo
empieza a terminarse se encuentra en 9:2: “Si es únicamente a ti mismo a quien
crucificas, no le has hecho nada al mundo y no tienes que temer su venganza ni
su persecución”. Liberarse del miedo a la venganza del mundo es el comienzo de
liberarse del miedo a Dios, que es cuando “a Dios… se le podrá acoger de nuevo
en la santa mente que Él nunca abandonó” (8:5).
¡Tenía
miedo de mi propia fuerza y libertad porque creía que yo era peligroso! Creía
que era una amenaza para el mundo, creía que le había hecho daño. No es de
extrañar que no quiera ser fuerte y libre. Si lo fuera, podría destruir el
universo. Pensaba que podía atacar y dañar las cosas hasta el punto en que el
universo se volvería con furia y me barrería de la faz de la tierra. De hecho,
durante todo el tiempo, he creído que esto describe las cosas tal como están, y
por esa razón he tenido miedo tanto del mundo como de Dios.
El
Curso parece decir aquí que nuestro miedo inconsciente de nosotros mismos,
escondido porque proyectamos la causa sobre cosas externas, tiene que hacerse
consciente, al menos por un corto pero aterrador momento. “Cuando te das
cuenta, de una vez por todas, de que es a ti mismo a quien temes, la mente se
percibe a sí misma dividida” (10:2). “Y ahora, por un instante, percibes dentro
de ti a un asesino que ansía tu muerte y que está comprometido a maquinar
castigos contra ti hasta el momento en que por fin pueda acabar contigo”
(11:1).
Esto
parece un momento terrible, ¿por qué vamos a buscarlo voluntariamente? “No
obstante, en ese mismo instante es el momento en que llega la salvación”
(11:2). Ahora, viendo el enemigo dentro de nuestra mente en lugar de fuera, ya
no tenemos motivos para temer a Dios. El reconocimiento de nuestra propia
terrible responsabilidad nos hace darnos cuenta de que no ha sido Dios Quien
nos ha estado castigando, hemos sido nosotros mismos. Dejamos de proyectar
nuestros propios sueños de venganza sobre Dios. “Y puedes apelar a Él para que
te salve de las ilusiones por medio de Su Amor, llamándolo Padre y, a ti mismo,
Su Hijo” (11:4).
AUDIO (en Ivoox) de Loran@ Galindo
http://www.ivoox.com/lecciones-curso-milagros-196-audios-mp3_rf_4747736_1.html
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