LECCIÓN 360
Que la paz sea conmigo, el santo Hijo de Dios. Que la paz sea con mi
hermano, que es uno conmigo. Y que a través nuestro, el mundo sea bendecido con
paz.
1. Padre, Tu paz es lo que
quiero dar, al haberla recibido de Ti. 2Yo soy Tu Hijo,
eternamente como Tú me creaste, pues los Grandes Rayos permanecen en mí por
siempre serenos e imperturbables. 3Quiero llegar a ellos en silencio y con certeza,
pues en ninguna otra parte se puede hallar certeza. 4Que la paz sea
conmigo, así como con el mundo. 5En la santidad fuimos creados y en
la santidad seguimos. 6En Tu Hijo, al igual que en Ti, no hay mancha alguna
de pecado. 7Y con este pensamiento decimos felizmente “Amén”.
--------------------------------Ayuda para las lecciones:
de Robert Perry y Allen Watson
http://www.un-curso-de-milagros.com/milagros/LECCIONES-UCDM.pdf
LECCIÓN 360
- 26 DICIEMBRE
“Que la paz sea conmigo,
el santo Hijo de Dios. Que la paz sea con mi hermano, que es uno conmigo. Y que
a través nuestro, el mundo sea bendecido con paz”
Instrucciones
para la práctica
Ver las instrucciones para
la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o
en la Tarjeta de Práctica de este
libro.
Comentario
A efectos prácticos, ésta es
la última lección “normal” del Libro de Ejercicios. Los últimos cinco días del
año se dedican a una sola lección, que nos da una idea de cómo puede pasar cada
día un alumno “graduado” (por decirlo de algún modo) en el Curso. Esta última
lección resume y termina la práctica del Libro de Ejercicios.
“Que la paz sea conmigo, el santo Hijo de Dios. Que
la paz sea con mi hermano, que es uno conmigo. Y que a través nuestro, el mundo
sea bendecido con paz”. Éste es un modo de resumir de qué trata el Curso:
encontrar la paz dentro de nosotros, compartir esa paz con otro, y juntos
compartirla con todo el mundo. Lo fundamental es encontrarla dentro de
nosotros. Compartirla con otro confirma que está dentro de nosotros, en la
relación aprendemos a extender esa paz. Habiendo aprendido a compartirla
juntos, entonces extendemos la paz a todo el mundo.
Padre, Tu paz
es lo que quiero dar, al haberla recibido de Ti. (1:1)
La paz que recibimos y que
damos es la paz de Dios. Es la paz que procede de saber que somos la creación
de Dios: “En la santidad fuimos creados y en la santidad seguimos” (1:5). “Yo soy Tu Hijo, eternamente como Tú me
creaste, pues los Grandes Rayos permanecen en mí por siempre serenos e
imperturbables” (1:2). No se ha perdido nada de lo que Dios me dio en mi
creación. Eternamente en paz, Dios se extendió a Sí Mismo para crearme, y Su
paz se extendió dentro de mí y me incluyó en Su quietud. Esa quietud existe
siempre. Hay un lugar dentro de ti, dentro de mí, dentro de todos, que está en
perfecta paz siempre. Podemos encontrar esa paz en cualquier momento que
decidamos hacerlo. Para encontrarla todo lo que tenemos que hacer es permanecer
muy quietos, quitar nuestra interferencia. La paz está ahí siempre.
Quiero llegar a
ellos en silencio y con certeza, pues en ninguna otra parte se puede hallar
certeza. Que la paz sea conmigo, así como con el mundo. (1:3-4)
Esta mañana,
cierra los ojos durante un momento, lo que sea necesario. Deja que los
pensamientos que han estado ocupando tu mente se alejen flotando, indiferente a
ellos. No intentes alejarlos, no te aferres a ellos. Únicamente deja que se
vayan, e intenta hacerte consciente de ese lugar dentro de ti que está en paz
siempre. No te esfuerces en encontrarlo, deja que él te encuentre. Únicamente
permanece muy quieto. Ábrete a la paz, y aparecerá, porque está ahí siempre.
Siéntate en silencio. Si un ruido te llama la atención, no dejes que tu mente
se quede “enganchada” en él. Tu único propósito es estar muy quieto y en
silencio. Ahora tu único propósito es decir: “Que la paz sea conmigo”.
Y cuando sientas esa paz, o cuando esa paz
te toque, por muy brevemente que sea, añade: “Que la paz sea con todo el
mundo”. Con dulzura deséales esa paz a todos tus hermanos. Para eso es para lo
que estamos aquí. Eso es todo lo que realmente hay que hacer. Será suficiente.
En Tu Hijo, al
igual que en Ti, no hay mancha alguna de pecado. Y con este pensamiento
decimos felizmente “Amén”. (1:6-7)
El pensamiento de perfecta
inocencia pone fin al Curso: ésa es su meta.
El contenido
del curso, no obstante, nunca varía. Su tema central es siempre: "El Hijo
de Dios es inocente, y en su inocencia radica su salvación". (M.1.3:4-5)
Cuando haya
aceptado mi propia inocencia, y haya extendido ese pensamiento para que incluya
al mundo entero, la salvación se habrá conseguido. Hacer esto es perdonar
completamente todas las cosas. La inocencia y la paz van siempre juntas. Sólo
los inocentes pueden estar en paz, sólo los pacíficos son inocentes. El mensaje
del Curso es de inocencia total. Todos somos inocentes, y nadie tiene que ser
condenado para que otro sea libre.
¿Qué soy? (Parte 10)
L.pII.14.5:3-5
Nuestra función aquí es
traerle “buenas nuevas al Hijo de Dios que
pensó que sufría” (5:3). El Hijo de Dios que pensó que sufría eres tú, soy yo,
y todos los que entran en tu vida. ¡Qué anuncio más maravilloso! Anunciar, como
dijo el profeta Isaías en el Antiguo Testamento:
“… a anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los
corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la
libertad… para consolar a todos los que lloran, para darles belleza en vez de
ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu
abatido”, (Isaías 61:1-3)
En los
Evangelios se dice que esta temporada de Navidad es un tiempo de “una gran
alegría… para todo el pueblo” (Lucas 2:10). En el Curso tenemos la continuación
a ese mensaje, y nosotros somos sus mensajeros. Podemos anunciar: “Ahora (el
Hijo de Dios) ha sido redimido” (5:4). El camino para encontrar nuestro hogar está abierto para cada uno de
nosotros, para conocer primero nuestro perdón perfecto, y luego la inmensidad
del Amor de Dios.
Y al ver las puertas del Cielo abiertas ante él, entrará y
desaparecerá en el Corazón de Dios. (5:5)
Cuando
esta “buena nueva” sea recibida por todos, todos cruzaremos las puertas del
Cielo, símbolo de entrar en la consciencia de la perfecta Unidad. En esa Unidad
desapareceremos en el Corazón de Dios. Esa palabra “desaparecer” no significa
que dejemos de existir, o que seremos absorbidos y eliminados en la absorción.
Significa únicamente que toda sensación de separación y de diferencias habrán
desaparecido, junto con el deseo de ellas. Desapareceremos en la Unidad, pero
estaremos en esa Unidad,
profundamente unidos a ella y parte de ella, llevando a cabo nuestra función
gozosamente, resplandeciendo para siempre en la gloria eterna de Dios.
AUDIO (en Ivoox) de Loran@ Galindo
VIDEO Mich Gaymard:
https://www.youtube.com/watch?v=0F6hSfRNzhY
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