LECCIÓN 285
Hoy mi santidad brilla clara y radiante.
1. Hoy me despierto lleno de júbilo, sabiendo que sólo han de acontecerme
cosas buenas procedentes de Dios. 2Eso es todo lo que pido, y sé que
mi ruego recibirá respuesta debido a los pensamientos a los que va dirigido. 3Y
en el instante en que acepte mi santidad, lo único que pediré serán cosas
dichosas. 4Pues, ¿qué utilidad tendría el dolor para mí, para qué
iba a querer el sufrimiento, y de qué me servirían el pesar y la pérdida si la
demencia se alejara hoy de mí y en su lugar aceptara mi santidad?
2.Padre, mi
santidad es la Tuya. 2Permítaseme regocijarme en ella y recobrar la
cordura mediante el perdón. 3Tu Hijo sigue siendo tal como Tú lo creaste. 4Mi santidad es
parte de mí y también de Ti. 5Pues, ¿qué podría alterar a la
Santidad Misma?
Ayuda para las lecciones:
de Robert Perry y Allen Watson
http://www.un-curso-de-milagros.com/milagros/LECCIONES-UCDM.pdf
LECCIÓN 285
- 12 OCTUBRE
“Hoy mi
santidad brilla clara y radiante”
Instrucciones para la práctica
Ver las
instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del
Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.
Comentario
Hoy
sólo pido que me vengan cosas dichosas. “Y en el instante en que acepte mi
santidad, lo único que pediré serán cosas dichosas” (1:3). La única razón de
que sienta dolor, pena, sufrimiento y pérdida es porque en algún lugar de mi
mente pienso que lo merezco. De algún modo pienso que el sufrimiento es bueno
para mí. Me juzgo pecador, en conflicto con Dios y con Su Amor, y que por eso
necesito que se me dé una lección. Necesito rehabilitarme. Pienso que el
sufrimiento y las privaciones me darán una lección. Así que envío una
invitación a esos pensamientos, ¡y vaya si vienen!
Cuando
acepte mi santidad, “¿qué utilidad tendría el dolor para mí?” (1:4). La idea de
que el sufrimiento es necesario es una bobada. Pensamos que aprendemos por
medio de nuestros sufrimientos. Y lo hacemos. Pero lo que aprendemos no es cómo
volvernos santos, aprendemos que somos
santos. Una vez que aceptamos ese hecho, ya no necesitamos más el sufrimiento.
Una vez que abandonamos la idea de que somos pecadores y culpables y que
necesitamos de algún modo pasar por dificultades para compensar algo,
entendemos que nos merecemos la dicha porque ya somos santos.
Pensamos
que si de repente fuéramos completamente felices, nos faltaría algo. Estamos
totalmente convencidos de que nuestras acciones pasadas demuestran que no nos
merecemos la felicidad y no estamos preparados para ella. Pensamos que en
nuestra personalidad faltan algunos elementos importantes que sólo el dolor y
el sufrimiento nos pueden enseñar. Nada nos falta. Si el dolor, la pena y la
pérdida terminasen en este instante, estarías bien; de hecho estarías perfecto,
¡porque ya lo eres!
Es como
si tuviésemos un transmisor en la cabeza. Tenemos una imagen de nosotros de ser
culpables e incompletos. Pensamos que el sufrimiento es necesario para corregir
ese estado. Así que enviamos una invitación al dolor, al sufrimiento, a la pena
y a la pérdida: “Venid. Ayudadme. Necesito sufrir más”. Debido a que nuestra
mente tiene todo el poder creativo de Dios, logramos nuestro intento. Hacemos
que suceda todo el sufrimiento, al menos en apariencia.
Cuando
aprendemos a vernos como inocentes y completos, como la perfecta creación del
Padre, ya no tenemos motivos para enviar tales pensamientos. En lugar de ello,
cantamos: “¡Envíame sólo dicha! ¡Envíame las cosas felices de Dios! Hoy sólo
acepto cosas dichosas, no permito el sufrimiento”. Mi Ser es amo y señor del
universo (Lección 253). Mi mente tiene todo el poder de crear la experiencia de
vida que quiero. Elijo crear dicha.
¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 5)
L.pII.7.3:1
Si supieses cuánto anhela tu Padre que reconozcas tu impecabilidad,
no dejarías que Su Voz te lo pidiese en vano, ni le darías la
espalda a lo que Él te ofrece para reemplazar a todas las imágenes y sueños
atemorizantes que tú has forjado. (L.pII.7.3:1)
Esta
frase está aquí porque estamos dejando
que Su Voz nos llame en vano, y estamos
dando la espalda a Sus Pensamientos con los que Él reemplazaría todos
nuestros sueños e imágenes atemorizantes. Nuestro propio ego, en su lucha por
la supervivencia, nos ha convencido de que Dios no anhela que reconozcamos
nuestra inocencia. Es más probable que pensemos (si es que pensamos en ello)
que Dios está sentado en el Cielo con su gran libro de informes siguiendo el
recorrido de todos nuestros errores y anotándolos contra nosotros. Tenemos
miedo de que lo hemos fastidiado todo y hemos ido demasiado lejos como para que
se pueda arreglar. Tenemos miedo de Dios y no creemos en Su Amor. No podemos
imaginarnos que Él todavía nos ve inocentes y sin mancha. Pero lo hace.
Cuando
algo malo parece sucedernos, seguimos pensando de acuerdo con este pensamiento:
“¿Qué he hecho para merecer esto?” Todavía pensamos que el mundo es una especie
de modo en que el universo nos hace pagar caro por cada metedura de pata. El
Curso dice una y otra vez que Dios no está metido en el juego de la venganza.
Nosotros somos los únicos jugadores de ese juego, y nosotros nos provocamos
nuestros propios castigos. Por otra parte, Dios anhela que dejemos de pensar
que somos culpables y que reconozcamos nuestra inocencia.
Le
damos la espalda al cambio de nuestros pensamientos que se nos ofrece porque
estamos convencidos de que si llevamos todas estas cosas oscuras y sucias a la
Luz de Dios, un rayo saldría del cielo y nos liquidaría. Pensamos que
esconderlas es más seguro que sacarlas. No queremos admitir que hemos ido en
busca de ídolos, en busca de cosas que sustituyan a Dios en nuestra vida,
porque pensamos que eso nos ha estropeado para siempre y ha hecho que Dios ya
no nos acepte. Eso no es verdad. Todo lo que Dios quiere es que abandonemos
este juego tonto y que regresemos al Hogar en Él. Él nos ha dado el Espíritu
Santo para que hagamos exactamente eso, pero evitamos acudir adentro hacia Él
porque pensamos que perderemos o nos moriremos en el proceso.
Lee la
sección del Texto: “La Restitución de la Justicia al Amor”, T.25.VIII. Describe
con toda claridad nuestro miedo al Espíritu Santo. Dice que Le tenemos miedo y
que pensamos que representa la ira de Dios en lugar del Amor de Dios. Que
sospechamos cuando Su Voz nos dice que nunca hemos pecado (T.25.VIII.6:8). Y
que huimos “del Espíritu Santo como si de un mensajero del infierno se tratase,
que hubiese sido enviado desde lo alto, disfrazado de amigo y redentor, para
hacer caer sobre ellos la venganza de Dios valiéndose de ardides y de engaños”
(T.25.VIII.7:2).
Si miro
honestamente a las veces que realmente acudo al Espíritu Santo para que sane
mis pensamientos, y las veces en que no
lo hago, parece confirmar lo que ahí se dice. Algo en mí me impide hacer esta
sencilla acción, algo me está empujando a mantenerme alejado del Espíritu
Santo. Si realmente supiera cuánto anhela mi Padre que yo reconozca mi
inocencia, no me comportaría así.
¿Qué
puedo hacer? Puedo empezar donde estoy. Cuando reconozca que he estado evitando
al Espíritu Santo, puedo empezar a llevarle ese reconocimiento a Él: “Bueno,
Espíritu Santo, parece que he tenido miedo de Ti de nuevo. Lo siento”. Y ese
sencillo acto de acudir a Él es todo lo que nos pide, que Le llevemos nuestra
oscuridad para que Él la sane. Al ser sincero acerca de mi miedo, he dejado el
miedo a un lado. Estoy de nuevo en comunicación con Él.
http://www.ivoox.com/lecciones-curso-milagros-285-audios-mp3_rf_8490932_1.html
VIDEO Mich Gaymard:
https://www.youtube.com/watch?v=0odwyMslLPk
No hay comentarios:
Publicar un comentario