LECCIÓN 269
Mi vista va en busca de la faz de Cristo.
1. Te pido que hoy bendigas mi vista. 2Mi vista es el medio que Tú has elegido para
mostrarme mis errores y para poder ver más allá de ellos. 3Se me ha concedido poder tener una nueva
percepción a través del Guía que Tú me diste, y, mediante Sus lecciones,
superar la percepción y regresar a la verdad. 4Pido la ilusión que
trasciende todas las que yo inventé. 5Hoy elijo ver un mundo
perdonado en el que todo lo que veo me muestra la faz de Cristo y me enseña que
lo que contemplo es mío, y que nada existe, excepto Tu santo Hijo.
2. Hoy nuestra vista es bendecida. 2Compartimos una sola visión cuando contemplamos la
faz de Aquel Cuyo Ser es el nuestro. 3Somos uno por razón de Aquel
que es el Hijo de Dios, Aquel que es nuestra Identidad.
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Ayuda para las lecciones:
de Robert Perry y Allen Watson
http://www.un-curso-de-milagros.com/milagros/LECCIONES-UCDM.pdf
LECCIÓN 269
- 26 SETIEMBRE
“Mi vista va
en busca de la faz de Cristo”
Instrucciones para la práctica
Ver las
instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del
Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.
Comentario
La
lección de hoy trata del perdón, de elegir de antemano ver la inocencia en
otros Recordemos algunas cosas que nos han enseñado lecciones anteriores sobre
el perdón.
Lección 126: La manera de recibir el perdón es dándolo.
¿Cómo
se relaciona en esta lección “dar es recibir” con el perdón? Explica como,
según el mundo entiende el perdón, no hay nada que nosotros podamos recibir del
perdón. “Cuando "perdonas" un pecado, no ganas nada con ello directamente”
(L.126.3:1). Si creo que el pecado de alguien es real y se lo “perdono”, es
sólo un acto de caridad hacia alguien que no es digno del perdón. Es un regalo
que no se merece. De hecho podría parecer que yo salgo perdiendo, y que no gano
nada con ello. No hay ninguna liberación para mí en hacer esto.
Sólo
cuando he recibido el perdón para mí, puedo darlo; y sólo al darlo reconozco
que lo he recibido. ¡Ni siquiera conozco lo que es! ¿Cómo podría reconocerlo?
Así que para saber lo que es el perdón, y para saber que lo tengo, tengo que
darlo. Tengo que verlo “ahí fuera” para reconocerlo “aquí dentro”. Cuando lo
haga, empezaré también a comprender que no hay diferencia entre ahí fuera y
aquí dentro.
La idea
de que dar es recibir, que “el que da y el que recibe son uno” (L.126.8:1) es
una preparación necesaria para liberar nuestra mente de todos los obstáculos al
verdadero perdón. El juicio se basa en la separación y las diferencias: el
pecado está en otro y no en mí. Él es malo, yo soy mejor. El perdón se basa en
la unidad y la igualdad. No hay “otro” a quien hacer o que me haga. Los dos
somos inocentes. Nunca hubo pecado alguno. Todos somos parte del mismo Corazón
de Amor.
Lección 134: El verdadero perdón perdona las ilusiones, no
pecados reales.
Aquí
aprendemos que el principal obstáculo para aprender el verdadero perdón es la
creencia de que tenemos que perdonar algo real. Creemos que el pecado existe,
que se ha causado daño realmente. Es imposible perdonar un pecado que creemos
que es real. “Es imposible pensar que el pecado es verdad sin creer que el
perdón es una mentira” (L.134.4:2). “La culpabilidad no se puede
perdonar” (L.134.5:3).
Éste es
un obstáculo muy importante. Puedo asegurar que es posible que algo que antes
te pareció un pecado, verlo como un simple error y una petición de amor. Yo lo
he sentido. Yo no hice el cambio. No podemos hacerlo nosotros. Pero sí que es
necesario querer que el cambio ocurra. Sé que hay muchas cosas que, dándome
cuenta o no, todavía juzgo y condeno como pecado, como malo. Cada vez que
encuentro juicios en mi mente, no necesito hacer nada, sólo reconocer que está
ahí y creer que hay otra manera de verlo. Afirmo que quiero verlo de manera
diferente. Pido ayuda para entender el perdón por medio de esa experiencia. Y
espero.
Me
permito a mi mismo mirar a la ira, al miedo, al resentimiento que puedo estar
sintiendo. No lo escondo, eso perpetuaría la mente errada. Quiero también ver
mis sentimientos de manera diferente. Reconozco que quizá me estoy juzgando por
sentirlos. Por eso, lo que hago con los juicios externos, también lo hago con
los juicios internos: Afirmo que quiero verlo de manera diferente y pido ayuda
para ello. Y espero.
Lo que
entonces sucede es cosa de Dios. Se produce un cambio en mi mente. Puede
ocurrir primero en relación con el otro, el “pecador”; o puede suceder primero
en relación conmigo. Puesto que el otro y yo somos uno y lo mismo, no importa
cómo ocurra o en qué orden. En el cambio, llego a ver algo que estoy juzgando,
en el otro o en mí mismo, como una petición de amor. Llego a ver que, sea cual
sea la apariencia que tenga, la inocencia está detrás del acto en sí. Puedo ver
que estaba enfadado porque quería estar cerca de la otra persona y me alejó. Yo
quería unirme, la unidad. No hay nada por lo que sentirse culpable en ello. Lo
vi como ataque y ataqué. Ahora veo que no hubo ataque; los dos queremos lo
mismo, así que abandono mi ataque y respondo con amor. O puedo ver que la otra
persona tenía miedo, se sentía amenazada por mí de alguna manera (y sé que no
soy una amenaza), y así perdí la cabeza. Mi ataque fue el mismo error. Veo que
no hubo pecado en lo sucedido, y todo el asunto puede abandonar mi mente.
La lección de hoy: Vemos inocencia cuando elegimos verla.
“Mi vista va en busca de la faz de Cristo”. “Hoy
elijo ver un mundo perdonado” (1:5). “Ver el rostro de Cristo” es una manera
simbólica de decir que vemos inocencia, que vemos un mundo perdonado.
En esta lección vemos que el perdón es una elección.
Cuando decidimos que sólo queremos ver inocencia, sólo vemos inocencia. El
Espíritu Santo nos da el regalo de la visión. “Lo que contemplo es mío” (1:5).
Si veo errores ahí fuera, son mis propios errores. Si veo inocencia, es también
la mía propia. Si puedo ver inocencia (y la veré si elijo verla, la veré si lo
pido), es la prueba de mi propia inocencia. Únicamente aquellos que ven
inocencia en otros conocen su propia inocencia. Los que se sienten culpables siempre
verán culpa. Ver inocencia en otros es el medio que Dios nos ha dado para
descubrir nuestra propia inocencia. No la podemos encontrar si miramos
directamente. Es como intentar verte tu propia cara, necesitas un espejo. El
mundo es mi espejo, me muestra el estado de mi propia mente. La imagen en el
espejo es sólo una imagen, una ilusión, pero en este mundo es una ilusión
necesaria, y lo será hasta que haya conocimiento sin percepción.
¿Qué es el cuerpo?
(Parte 9)
L.pII.5.5:1-3
Como se
indicó en la Lección 261: “Me identificaré con lo que creo es mi refugio y mi
seguridad” (5:1, y ver L.261.1:1). Si pensamos que nuestra identidad física y
el ego son nuestra seguridad, nos identificaremos con ellos; si entendemos que
ser el amor que somos es lo que nos da seguridad, nos identificaremos con él,
en lugar de con el cuerpo y el ego. Si nos identificamos con el cuerpo, nuestra
vida se vuelve un intento agobiante e inútil por conservarlo y protegerlo. Si
nos identificamos con el amor, el cuerpo se convierte en un instrumento que
usamos para expresar nuestro propio ser amoroso, que es Dios expresándose a
través de nosotros.
“Tu
seguridad reside en la verdad, no en las mentiras” (5:3). El cuerpo es una
mentira acerca de nosotros, no es lo que nosotros somos. “Enseña sólo amor,
pues eso es lo que eres” (T.6.I.13:2). Ahí es donde reside nuestra verdadera
seguridad, y con eso es con lo que tenemos que aprender a identificarnos.
¿Qué me
parece “más real” hoy? ¿Mi cuerpo o mi Ser amoroso? ¿A qué le doy más importancia?
O ¿a qué dedico la mayor parte de mi tiempo y de mi atención? ¿Qué es lo que
más cuido y lo que más me preocupa? La práctica de las lecciones del Libro de
Ejercicios puede ser muy reveladora acerca de esto, al comenzar a darme cuenta
de que raramente dejo de cuidar mi cuerpo: alimentándolo, vistiéndolo,
limpiándolo, durmiendo. ¿Cómo cuido mi espíritu? Cuando la atención a mis
necesidades espirituales y a la expresión de mi naturaleza interna sea lo más
importante, cuando prefiera perderme el desayuno en lugar de mis momentos de
quietud con Dios, sabré que he empezado a cambiar mi identidad de las mentiras
a la verdad.
Si al
observarme, me doy cuenta de que todavía no es así, que no me sienta culpable
por ello. La culpa no sirve para nada positivo. Mi identificación con el cuerpo
no es un pecado. Es sólo un error y una indicación de que necesito practicar
desaprender esa identificación y, en lugar de ello, aprender a identificarme
con el amor. Cuando estoy practicando la guitarra y me doy cuenta de que me
estoy saltando algún acorde, no me siento culpable por ello, simplemente
intensifico mi práctica de esa canción hasta que la aprendo.
Incluso
puedo usar mi costumbre de identificarme con el cuerpo para ayudarme a formar
un nuevo enfoque. Cuando me ducho o me lavo la cara, puedo usar el tiempo para
repetir mentalmente la lección del día y pensar en su significado para mí. ¿Qué
otra cosa más valiosa ocupa tu tiempo en esos momentos? Cuando como, puedo
acordarme de dar gracias, y dejar que sea un indicador de que recuerde a Dios.
Si estoy solo durante la comida, quizá puedo leer una página del Curso, o la
lección. Puedo hacer del cuerpo un instrumento de ayuda para recorrer el camino
a Dios.
AUDIO (en Ivoox) de Loran@ Galindo
http://www.ivoox.com/lecciones-curso-milagros-269-audios-mp3_rf_8399890_1.html
VIDEO Mich Gaymard:
https://www.youtube.com/watch?v=yNKUbh8ZbuQ
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